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Pluma de sangre

 

 Una serpiente masiva estaba enroscada en la pirámide. La cabeza del reptil tenía un penacho de plumas multicolores y su torso contaba con dos grandes alas coloridas. Su frente tenía varios símbolos antiguos que formaban una leve placa de oro entre sus ojos carmesí. Su boca estaba abierta y su cabeza fijada en su enemigo.

 

El ave no tenía su tamaño común, sus plumas verdes y vino parecían hechas de metal, en sí el aspecto del colibrí te daba la idea de que el ave lucía una armadura de rubíes y esmeraldas.

 

El colibrí y la serpiente hacían casi la antítesis perfecta, sin embargo ambas bestias emplumadas lucían su danza bélica con gracia y furia. Aparte del bosque y los astros del paisaje, las características principales de las deidades estaban presentes, los relámpagos de Quetzalcóatl y las pequeñas gotas de sangre en el campo representaban al dios bélico Huitzilopochtli. Era una representación magnífica.

 

Dejé de interpretar la imagen y me dirigí a la salida de la antigua biblioteca de la ciudad, entregué mi tarea y pregunté por la obra. La señora del mostrador me vio con cara de “¿Y a este loco de dónde lo trajeron?” logré entender su cara y salí del recinto.

 

Era 31 de Octubre y caminé hacia el cementerio a visitar la vieja tumba de Tata Tuk, mi bisabuela. En el camino pasé por un chile de Aguascalientes y una sopa campesina, las favoritas de la vieja Tata. El cementerio estaba lleno para celebrar el Día de Muertos, sus antiguas criptas y tumbas habían dejado de vestir el gris para abrir paso a telas coloridas como el plumaje de algún colibrí berilo. Las flores rebosaban y la comida recién hecha tentaba mi boca.

 

 El cementerio estaba destrozado por los temblores de las semanas pasadas, por suerte la tumba de Tata Tuk estaba intacta. Dejé los platillos en el altar improvisado y toqué el dije de pluma en mi collar. Era uno de los regalos de Tata antes de su muerte “Esto es el tesoro de nuestros antepasados” me decía todo el tiempo mi abuela. Cuando murió mi dije se transformó en su presencia, siempre lo tomaba cuando necesitaba tranquilizarme.

 

Salí del cementerio hacia el campus. Llegué a mi dormitorio y comencé a hacer mi reporte sobre la arquitectura antigua de la ciudad. En el reporte descubrí que las ciudades fueron construidas sobre las bases de antiguas poblaciones prehispánicas. En la biblioteca leí que uno de los bosques cercanos a la ciudad fue testigo de una de las capitales de la civilización purépecha y que sus estructuras fueron destruidas hacía más de 20 años. Una de las estructuras más famosas que estaban en los viejos textos, describía un túnel subterráneo que sostenía a las ciudades enteras y que muy probablemente, nuestra ciudad estuviera encima de esta estructura.

 

Terminé el reporte y la luna resplandecía, estaba roja por la proximidad del sol. Saqué el pergamino y en la frente de la serpiente lo símbolos fueron más claros, abrí la computadora y los coloqué en un traductor barato “Cuando el sol negro vuelva a surgir, el rey serpiente deberá volver y los campos bañados en la sangre antigua serán recordados por aquellos que la derramaron. La pluma de sangre que el dios de la guerra dejó caer es lo único que volverá a vencer a las alas de las tormentas antes de que el mundo vuelva a la oscuridad.” Las frases me estremecieron  y decidí irme a dormir.

 

El impacto fue súbito, los gritos no tardaron en presentarse. Era 1 de noviembre y sol era negro, un eclipse total reflejó su luz en el campus. Salí de los dormitorios que la tierra no tardó en engullir  y con ellos a todos los alumnos incluyéndome.

 

El túnel era largo, las paredes tenían una textura escamosa, me levanté y prendí la linterna de mi celular. No había nadie más en mi zona. Caminé derecho mientras pensaba en los versos del día anterior y de repente todo tuvo sentido. El sol negro era el eclipse, la sangre antigua era el Día de Muertos que recodábamos a aquellos que fallecieron, pero ¿Quiénes derramaron sangre antigua? Y ¿Quiénes o qué eran la pluma de sangre y la serpiente?

 

El recorrido se volvió tedioso y yo tenía mi pluma en mis manos, me quedé un rato contemplando su figura sólida y roja, parecía hecha de rubíes. Y entonces recordé a Tata “Venimos de una familia de guerreros y nuestra armas predilectas eran las de corto alcance, derramamos mucha sangre para proteger a los nuestros, para protegernos de la serpiente” me senté y recordé sus historias. Hace tiempo los ejércitos del dios de la guerra y de la serpiente se enfrentaron. Los vencedores fueron los que portaban el símbolo del colibrí y construyeron una estructura larga y en forma de túnel para que fuese la prisión subterránea del ejército enemigo. La prisión tenía un mecanismo de columnas para sostener el peso de cualquier cosa que se construyeran encima de la misma y era activado con la “espada” del capitán colibrí. Ese capitán fue mi antepasado.

 

La luz de los rescatistas me iluminó la cara y mi cerebro unió los dos últimos pedazos del rompecabezas, la pluma de sangre era la espada del capitán y la serpiente era la prisión subterránea, la historia quería que activara el mecanismo.

 

Después de recuperarme salí corriendo a la vieja casa de Tata, la ciudad era un caos y se estaba cayendo a pedazos. Entré al armario donde guardaba sus cosas personales y encontré una foto vieja dónde salían pinos altos y un claro de bosque con ruinas. Era el templo mayor, donde la pintura tomaba lugar. Tomé una chamarra y me fui en bicicleta hasta llegar a ese bosque. Las ruinas temblaban y con cuidado fui caminando hacia las ruinas. Escarbé los templos antecesores a ese, encontré una escotilla y entré por ella.

 

La oscuridad era total, prendí mi lámpara y comencé a buscar un símbolo de colibrí. Inspeccioné diversas cámaras, poco tardé en toparme  con una llena tesoros, pinturas y armas decoradas. Al fondo había un trono con una estatua de piedras preciosas, si la veías de perfil daba la impresión de que fuera el ave que estaba buscando. Sostenía un arma larga y pesada, hecha de obsidiana con ligeros toques rojizos, era la pluma de sangre. La estatua no soltaba el arma con facilidad, de hecho parecía que estaba bien agarrada. “Es el tesoro de nuestra familia” recordé en mi cabeza, saque el dije y observé que en el corazón de la estatua le hacía falta una pluma. Coloqué la pluma en la ranura y presioné. La estatua abrió sus garras y dejó caer el arma. La tomé y leí la inscripción con el traductor barato en mi celular “Y la pluma de sangre debe caer en las fauces del dios serpiente antes de que el caos pueda traer”.

 

Corrí por los pasillos y me percaté de que tenían un túnel muy largo, uno que tenía una textura escamosa “La serpiente” yacía en frente. No dudé dos veces y entré al túnel. El techo se colapsaba y los haces de luz se colaban por las grietas de afuera. Una piedra me cayó en el hombro y me dejó tirado en el suelo por un rato. Estaba roto, pero continúe hasta llegar a una sala con una cabeza de serpiente en la pared del fondo con la ranura para acabar con el dios.

 

 El techo se venía abajo, mis piernas eran impulsadas por la adrenalina y con toda la fuerza que tuve clavé el arma en las fauces de dios serpiente. Un ruido intenso comenzó su siniestro canto, el techo se seguía destruyendo, busqué una salida y volví por el túnel. Una de las grietas daba a la superficie, utilicé las rocas para impulsarme y llegar a la calle principal. Corrí antes de que el suelo a mis pies colapsara.

 

La ciudad quedó destruida, nos refugiamos en el templo mayor. Los escombros levantaron una nube de polvo tan intensa que tapó el sol, dejándonos en oscuridad. Después de semanas de oscuridad el sol volvió a brillar. Esa madrugada me levanté y subí a la torre más alta. Me coloqué junto a la campana y observé detenidamente.

 

Una estructura en forma de túnel cilíndrico se alzaba de los escombros. Dos alas se extendían desde la mitad de lo que quedaba de la estructura.

 

El rey serpiente había despertado.

 

 

 

Parecía un manuscrito antiguo. Sentía la tela frágil con cada roce de las yemas de mis dedos. Poco tardé en darme cuenta que era más bien una pintura, probablemente derivada de los chichimecas que habitaban esta zona o incluso tenía un origen purépecha, pero algo no quedaba bien.

 

 Era una extraña pirámide en medio de uno de los bosques que parecían nativos de la región, bueno al menos en la pieza había pinos enormes y aquí en Aguascalientes hay pinos muy similares. Atrás del monumento se asomaba un sol radiante que iluminaba la batalla, sin embargo la luna comenzaba a eclipsarlo, esto le daba un tono rojizo y oscuro a la pelea de las dos bestias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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